Primavera entrando por los ojos, colándose bajo la falda del vestido; de brisa ligera y sol audaz. Septiembre con aroma a jacarandá y traje de hierba fresca; con postales de libros abiertos en parques y plazas. Con besos descendiendo por cuellos despojados de pesados sweaters. Con perfectos informales veinte grados, invitando a la salida de shopping, a renovar guardarropas.
Los mismos libros que exhibieron durante la semana hoy despiertan más atractivo; "Las viudas rojas", de Esteban Valenti, destacado en estantes y mesas de las librerías. -Pese al color de tapa que lesiona mi gusto me tentó conocer su faceta de novelista-
La próxima semana cruzaré a Montevideo, a mi orilla, para cumplir el ritual de caminar la calle de árboles más bellos -calle Canelones-; bajar a la rambla de Carrasco por Santander; practicar jogging por rambla de México junto al puerto del Buceo; mimarme en los cafés del populoso Pocitos; apretarme en los brazos de Arizona -en mi Malvin de mil amigos-; atreverme al otro lado de la ciudad y atravesar la Ciudadela, donde reinan Gurvich y Torres García; al encuentro de noches de pubs y bohemia, perdiéndome en páginas sepia entre sus paisajes antiguos.
Seguiré veleros en dirección este, donde el río ancho como mar irá confundiéndose de puro Atlántico; y, al regreso disfrutaré la Colonia de aire lusitano plagada de viajeros en tránsito entre una y otra capital del Plata.
La tarde llegó envuelta en crêpes de dulce de leche -para no perder la tradición- y esto sabe a hogar después de moler el café. Me pregunto qué película veré, mientras aún no me abandona esa pequeña dicha que atrapé viendo Francesca e Anunziata -alguien insitió en que había que verla y se lo agradezco- y el teléfono está calmo -desconectado- y el móvil lo apagué.
Necesito recuperar sueño y energías antes que anochezca.